Lejos de aquí, en un pequeño pueblo de la India llamado Gopabaran, vivía una niña llamada Bahnu con su abuela desde que murieron los padres de la niña, hacia unos tres años. Nieta y abuela malvivían en una barraca hecha de cañas y restos de tela. Llegó un día en que la abuela ya no pudo seguir cuidando de Bhanu porque se había hecho mayor y los huesos apenas la dejaban levantarse del lecho.
La niña decidió que iría a buscar trabajo a la ciudad y así conseguiría dinero para poder ayudarla.
A la mañana siguiente Bhanu se levantó más temprano que de costumbre, pero la abuela la esperaba sentada en la puerta de la barraca. Había llegado el día. A la que salió de su choza, los ojos se le empañaron de lágrimas; estaba triste y tenia miedo porque hasta ese momento nunca había estado sola.
Al mediodía se detuvo a descansar bajo una vepa. Abrió el zurrón buscando algo para comer, pero se detuvo cuando, sobre su cabeza, oyó los gritos de unos micos; pensó que si tenían tanta hambre como ella, le cogerían lo poco que tenía; siguió caminando hasta ver los colores de los vestidos de unas mujeres que trabajaban en el campo. Se acercó a una que estaba amamantando un recién nacido para preguntarle si tenía trabajo para ella.
—Lo siento, pero a penas tenemos para nosotras.
—¿Falta mucho para Kurnool? — le preguntó Bhanu.
—Tres o cuatro días de camino, —le dijo—, antes has de pasar por Gospadu y Nandyal.
Y le dió dos peras, tres plátanos y un consejo:
—Ves por caminos transitados y procura no dormir en la calle.
Antes de la caída del sol, pasó por un pueblo más grande que el suyo y vio a un muchacho que fregaba de rodillas el portal de una casa y le preguntó si estaba ayudando a su madre. Él le respondió que no tenía madre padres, y que trabajaba por las casas para poder mantener a sus hermanos pequeños.
Bhanu le explicó que tampoco no tenía padres, ni hermanos; sólo una abuela muy vieja a quién quería cuidar. Por eso buscaba trabajo.
—¿Qué sabes hacer?, —le preguntó Naveen
—Fregar, como tú.
—¿Sólo? A ver, deja que piense...Tengo un tío que conduce un Tata, quizás quiera que le limpies el coche y a cambio te podría acercar a Nandyal... De momento, quédate a dormir en nuestra casa esta noche.
A la mañana siguiente, muy temprano, Naveen y Bhanu fueron a buscar al conductor; después de escucharlos, les dijo que lo sentía, pero que era demasiado pequeña para limpiar un vehículo tan grande y se ofreció a llevarla a la ciudad sin pedirle nada a cambio.
Lo oyó uno de los viajeros que iban en el minibús; era un turista de mediana edad que desde hacía un rato intentaba imaginar la conversación mientras dibujaba el paisaje que se veía desde la ventana. Cuando la niña subió, el hombre se sentó a su lado y le pregunto dónde iba y por qué estaba tan preocupada. Ella le contestó en el único idioma que conocía, el telugu, también gesticulando, que iba a Nandyal a buscar trabajo para ayudar a su abuela.
Cuándo vio que la niña miraba con insistencia el estuche de colores, se lo dio y también el bloc de dibujo que acababa de y le dijo mirando aquellos ojos tan tristes como grandes, deseando que apareciera en ellos una chispa de alegría:
—¡Ten, para ti! Puedes dibujar y vender tus dibujos a los turistas. Puedes empezar vendiendo éstos que he hecho yo. Ahora son tuyos.
Bahnu, sin entenderlo del todo, abrió el bloc y se quedó boquiabierta cuando vio que el primer dibujo era de un pavo real como los que había visto bordados en oro en los cojines del; otro era un dibujo de cuatro monos colgados por la cola y el último era el de una niña, más o menos de su misma edad, con los ojos tan negros como el cabello y que se le parecía mucho. No dijo nada, pero le dio un beso y guardó el cuaderno y los lápices de colores en el zurrón y en seguida se durmió en el asiento.
De repente, por culpa de un frenazo brusco, se despertó y, al abrir los ojos, recordó que se había dormido apretando entre sus brazos el zurrón dónde llevaba sus nuevos tesoros, los que la habían trasportado entre colores de paisajes y caras amigas. Entonces decidió que quería aprender a pintarlo todo para mostrárselo a su abuela y a sus amigos cuando regresara a casa.
Pensaba eso sentada en el peldaño de la parada de una ciudad llamada Nandyal, sin que se pudiera despedir del turista porque debía haberse bajado antes del coche, mientras ella dormía.
En ese momento, un vendedor de la parada de pastelitos de verduras de la acera de enfrente, la llamó para decirle:
-¡Oye, niña! Si te interesa trabajar para mí, por cada diez samosas que vendas, una será para ti.
Ella, aceptó sin dudarlo. Así fue como, al cabo de un momento, el vendedor llenaba unas paperillas de papel de periódico con verduras grasientas; ella, con el zurrón al hombro, corría persiguiendo a los peatones para venderles las samosas, esquivando automóviles, rickshows y bicicletas hasta que, a la caída de la tarde, ya muy cansada, se sentó a comerse dos de las tres samosas que había ganado; la otra se la dio a un niño, solo como ella que buscaba comida entre las basuras amontonadas en la acera.
Este niño se llamaba Chandra y pensó en ayudarlo para que no se sintiese tan triste y solo como ella. Recogieron del suelo unos cartones y unas bolsas de plástico y se dispusieron a pasar la noche bajo el porche, donde Chandra le dijo que podría protegerla de los monos. A la mañana siguiente estuvieron esperando al vendedor de samosas, que no volvió. Pasaron el dia charlando y Chandra le explicaba historias sobre un lugar llamado Haribala, donde cuidaban a los niños y les enseñaban a estudiar. Bhanu quedó sorprendida e intrigada por la existencia de un lugar así...
Sola de nuevo, se puso a caminar hasta que los pies le dolieron tanto que, cuando encontró un riachuelo, se descalzó y los refrescó un rato. Estaba muy quieta y el agua le hacía de espejo. Empezó a dormirse y poco a poco empezó a confundir su reflejo con el de la estatua de una pequeña diosa. Primero se fijó en la lágrima bottu de la frente; después en la cara de piel blanca y limpia con unos trazos negros que le enmarcaban los ojos; y poco después fue reconociendo los seis brazos de la pequeña figura, uno de los cuales estaba extendido hacia ella, no acababa de adivinar si le ofrecía alguna cosa o le mostraba un camino... pero desapareció antes de que pudiera averiguar qué significaba, a causa de las olas provocadas por el chapoteo de un gran pájaro que debía tener tanto calor como ella.
Así es como apareció, claramente reflejado, un gran pájaro, de un blanco brillante, tirando a plateado, que la invitaba a subirse, para llevarla tan lejos como ella quisiera.
La niña, subió al lomo del pájaro, muy contenta y confiada. Durante horas y horas estuvieron volando, primero muy bajo, siguiendo la vía del tren, después más alto, sobre montañas y prados, valles y ríos, pueblos y ciudades pequeñas hasta que, al ponerse el sol, planearon a pocos metros de una gran extensión de campos cultivados, hasta casi tocarlos.
A pesar de que no había comido nada en todo el día, el estómago ya no le ronroneaba de hambre. Ni de miedo. Estaba tranquila porque sabía que, finalmente, habían llegado a un buen lugar. Parecía un lugar seguro: se oía la algarabía de niños, veía grandes dibujos en las fachadas de las casas y un gran cartel que decía “Haribala” les daba la bienvenida. Pensó que quizás era la casa de acogida que le había hablado Chadra. Allá la acogerían, allá encontraría cama y comida, y también amigos nuevos con los que compartir una vida nueva, y unos cuidadores que la ayudarían a hacer los deberes de la escuela. Estaba segura que allí podría volver a jugar y cantar y enseñar todos los dibujos de lo que había visto a todo el mundo mientras se hacía mayor y se preparaba para encontrar un buen trabajo y poder ayudar a los que como ella, tenian dificultades para vivir.
Al cabo de unos días de su nueva vida, se dio cuenta que ya no tenía ganas de llorar. Su abuela y sus padres, allá donde estuvieran, estarían contentos de verla tan feliz. ¿No os parece?
Rosa Vila